Reseña
El año 1866 quedó caracterizado por un extraño acontecimiento, por un
fenómeno inexplicable e inexplicado que nadie, sin duda, ha podido
olvidar. Sin hablar de los rumores que agitaban a las poblaciones de los
puertos y que sobreexcitaban a los habitantes del interior de los
continentes, el misterioso fenómeno suscitó una particular emoción entre
los hombres del mar. Negociantes, armadores, capitanes de barco,
skippers y masters de Europa y de América, oficiales de la marina de
guerra de todos los países y, tras ellos, los gobiernos de los
diferentes Estados de los dos continentes, manifestaron la mayor
preocupación por el hecho.
Desde hacía algún tiempo, en efecto, varios barcos se habían
encontrado en sus derroteros con “una cosa enorme”, con un objeto largo,
fusiforme, fosforescen-te en ocasiones, infinitamente más grande y más
rápido que una ballena.
Los hechos relativos a estas apariciones, consignados en los
diferentes libros de a bordo, coincidían con bastante exactitud en lo
referente a la estructura del objeto o del ser en cuestión, a la
excepcional velocidad de sus movimientos, a la sorprendente potencia de
su locomoción y a la particular vitalidad de que parecía dotado. De
tratarse de un cetáceo, superaba en volumen a todos cuantos especímenes
de este género había clasificado la ciencia hasta entonces. Ni Cuvier,
ni Lacepède, ni Dumeril ni Quatrefages hubieran admitido la existencia
de tal monstruo, a menos de haberlo visto por sus propios ojos de
sabios.
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